viernes, 17 de agosto de 2012

EL DICTADOR PASÓ DE MODA





La campaña electoral en Venezuela nació con el calor de la recta final. 
Desde sus inicios, e incluso antes, los dos candidatos han demarcado su terreno y su estilo de comunicación, dejando (para mí) muy clara la opción que realmente le conviene al país.

Capriles, por un lado, con una insistencia temática que se fundamenta en la inclusión y en la idea de un país único, donde nacer, vivir o trabajar en él es suficiente requisito y condición para denominarse “venezolano”.

Chávez, por el otro, con la firme convicción de que el insulto y el descrédito  sistematizado representan la fórmula para lograr renovar su contrato laboral en Miraflores.

Lo cierto es que el dictador pasó de moda porque jamás cambió su discurso…
Porque sin darse cuenta se convirtió varias veces en el “gobierno anterior”, y por lo tanto, se quedó sin nadie (que no él) a quien echarle la culpa de la ineficacia de la “actual administración”.

Pero lo que más ha enmudecido al candidato oficialista, dado el suicidio colectivo de sus deprimidas excusas, es que tampoco halla cómo hacerse creíble en sus derrotados intentos por hacer promesas durante otros seis años. 
La incredulidad del pueblo superó con creces a sus expectativas, y la pasión por la figura  de aquel líder casi espiritual que hablaba en nombre del retrógrado y desauciado comunismo, se transformó en duda…en desesperanza…en reproche.

El dictador, a diferencia de su contrincante, es la humanización de todos los vicios a que incita el poder exacerbado. 
El dictador, a  diferencia de su oponente, cayó en la emboscada de en un tiempo “desconjugado”, sin salida,  sin certezas…sin aplausos, sin victoria.

Aunque algunas encuestas (más fundamentadas en la ficción que en la ciencia) aseguren en sus tambaleantes cifras un triunfo irreversible del oficialismo, la realidad es que el pueblo se agotó de tanta mentira disfrazada de compromiso y de tanta burla disfrazada de bolivarianismo.
El pueblo, muy lejos de pretender degustar los vestigios de un excremento verbalizado, comenzó a perderle el miedo a la amenaza solapada o explícita, y hoy ve como parte de un paisaje desolador esos desactualizados gestos de violencia con que se vendió el dictador cuando aún podía caminar más de tres pasos seguidos sin requerir del auxilio de alguno de sus esbirros.

Ahí están las dos Venezuelas que esperan por nuestra decisión el 7 de octubre:
la renovada, que busca una oportunidad de esperanza más factible que nunca, y la obsoleta, que reposando en su inoperancia pretende continuar con este desastre a punto de caducidad. 

¿Puede existir alguna duda acerca de cuál es la opción que TODOS queremos?

No lo creo.


  


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