El 14 de abril, en Venezuela,
ocurrió un evento que sin pretender catalogar de fraude (para eludir la
subjetividad de mis palabras), sí está lleno de grisáceas circunstancias que al
menos lo hacen ver “sospechoso”…Todos saben eso.
Todos saben que una diferencia de menos de 200.000 votos en un
universo de más de 18 millones de votantes, justifica plenamente la exigencia
de un reconteo manual como debe ser: votos y registros contra cuadernos
electorales.
Todos saben que si ese día se hubieran contabilizado los votos del
exterior, la diferencia no hubiese llegado a los 100.000.
Todos saben que si se revisaran las denuncias acerca de los más de
200.000 “muertos votantes”(quienes no por coincidencia marcaron la casilla del
candidato oficialista), el resultado favorecería con creces al candidato
opositor Henrique Capriles Radonsky.
Todos saben que si se revisara a fondo el proceso, ahí estarían
esos videos que muestran en la entrada de varios centros de votación a extraños
personeros repartiendo cédulas para provocar la repetición de votos pro-régimen.
Todos saben el abuso inclemente por parte del candidato oficialista
en el uso de los medios de comunicación masiva, con lo cual se incumplió
abiertamente las directrices en relación con la campaña electoral.
Todos saben que el candidato oficialista no podía ser candidato y a
la vez Presidente Encargado del país.
Todos saben que en Venezuela no existe la independencia de los
poderes públicos, y que entre otros vicios, la presidenta del ente electoral es
otra “camarada” del régimen.
En fin, y a pesar de que tantos
conocen de éstas y muchas otras irregularidades, hoy el ilegítimo Nicolás hace
gala de su más enfermiza desfachatez, y juega a ser el presidente electo de
Venezuela, cuando TODOS SABEN que hay mucho que averiguar antes de darle ese
honor que para nada merece.
Y cuando digo TODOS SABEN, no sólo
hablo de los venezolanos. Mis palabras
trascienden las fronteras y se refieren a todos los gobiernos, a todas las
instituciones internacionales, a todas las entidades autónomas, a la Iglesia y
a todos los organismos que representan de alguna manera a la llamada “Comunidad
Internacional” que decidieron sin el más mínimo pudor, aceptar al señor Nicolás
como el Presidente de mi país, aún sabiendo la línea tan delgada que lo separa
de la más absoluta ilegitimidad, y sin esperar a que las denuncias hechas por
la oposición comenzasen el recorrido legal pertinente o tan siquiera fueran escuchadas
por quienes tienen el deber de velar por la democracia en la región.
La mentira es un pecado, y sin embargo
Nicolás fue recibido como jefe de estado por el mismísimo Papa Francisco .
Nicolás es un dictador comprobado,
y sin embargo la OEA le da espacios privilegiados como máximo representante de
un país.
La situación de hambre y
desabastecimiento en Venezuela alcanzó los niveles más insólitos, y sin embargo
la FAO le otorga a Nicolás un premio a sus políticas alimentarias.
Y así podría llenar hojas y hojas
con una interminable lista de etcéteras, que sólo producirían espasmódicos
movimientos en mi abdomen, provocados por una bilis que ya no cabe en mi
interior ni en el interior de la gran mayoría de mis compatriotas.
Pero cuidado, señores del mundo, porque la complicidad es un boomerang que se
regresa con más fuerza… y es capaz de cortar cabezas.
Créanme que los silencios y las
vistas gordas que aparecen luego de que un buen cheque paga algunas conciencias
en oferta, terminan por convertirse en
un grito que después el mundo decente no alcanza a escuchar.
Sépanlo de una vez: Nicolás Maduro
está ocupando un cargo que no le corresponde, y tras el ilegítimo poder que ese
cargo le da, está destruyendo a
Venezuela y está afectando gravemente a la democracia de América Latina y del
mundo, dándole fuerza política a países de alto riesgo y a grupos guerrilleros
y terroristas que han vivido amenazando de manera criminal y cobarde la paz
global.
Luego no digan que no se lo
dijimos. El que calla, otorga, y del
silencio nace la complicidad.
Esa decisión de callar hoy es
personal, sin importar si se trata del Secretario General de las Naciones
Unidas o de la OEA…
Sin importar si se trata de un
presidente que tomó el camino de la conveniencia, del interés o de la comodidad…
Sin importar si se trata de alguna
ONG desesperada por contribuciones monetarias de importancia…
Sin importar (incluso) si se trata
del Papa.
En fin, cada quien sabrá por qué
lo hace, pero muy pronto, cuando este desorden histórico sea (como siempre
digo) una simple y desagradable anécdota, ninguno tendrá cara para vernos a los
venezolanos a los ojos.
…¿O si?