lunes, 21 de mayo de 2012

¿QUÉ PENSARÍA EL VIEJO EDUARDO?


(Esta nota que publiqué en EL VENEZOLANO hace unos cuantos meses, hoy la deseo compartir de nuevo con ustedes en un desahogo nostálgico que a veces me toma por sorpresa)


Una de las cosas que más le agradezco a mi padre, es haber elegido a Venezuela como el destino de sus sueños… de sus esperanzas.  Como ese pedazo de tierra bendita que algún día se habría de convertir en mi país...en mi patria…en mi lucha.
Cuando él llegó al viejo Puerto de la Guaira, y bajó con un par de maletas más llenas de miedo que de ropa, sus pasos apenas atinaban a recorrer los salados y resbaladizos pasillos salpicados por un nuevo mar.  Así, sin darse cuenta, el Mediterráneo comenzaba a ser parte del pasado, y las olas del Caribe siempre en fiesta, le dieron la más cálida bienvenida a ese español que decidió convertirse en Musiú en tierras americanas.
Venezuela, para los europeos de entonces, era una buena forma de plantearse el futuro. Un espacio para trabajar y poder pensar en echar raíces.  Era, en resumidas cuentas,  la oportunidad de demostrar todo tipo de talento ante la posibilidad de construir un país que desde ese instante, se convertiría en la casa donde todos cabían...vinieran de donde vinieran.
Cuando mi viejo, cumpliendo al pie de la letra su rol de inmigrante, dejó atrás la taquilla donde le sellaron la tan anhelada legalidad, frunció el ceño como si aquello fuese suficiente para amansar los brillos de tan furioso sol,  y con todos los nervios a cuestas pisó tierra firme en medio de la generosidad de un pueblo que jamás ofendió su condición de extranjero.
Esa Venezuela que comenzaba a construirse con gente como mi padre, estaba a las puertas de una democracia que muy pronto se abriría para estrenar los horizontes de paz y libertad que ya entonces alcanzaban a verse. 

Primero fue mi padre, probando suerte…Luego vendría mi madre, siguiendo al amor de su vida…y luego, mi hermano…y luego yo, ambos orgullosos de ser venezolanos, hijos de ese par de “gallegos” a quienes un día se les ocurrió que mudarse de continente era una buena idea, con todo y la incertidumbre que navegó durante tantos días con cada uno de ellos a bordo de un futuro tan confuso como misterioso.
Pero la realidad, es que había muy poco de qué preocuparse.
Un país donde las plantas podían nacer entre las grietas de las aceras y de los muros, no podía ser un mal país… 
Un país donde los vecinos se asomaban por la ventana para ponerse a la orden incluso antes de presentarse, no podía ser un mal país… 
Un país donde la gente le daba gracias a Dios igual cuando las cosas le salían bien que cuando le salían mal, no podía ser un mal país.
Pasó algún tiempo, y Venezuela comenzó entonces a ser un papagayo que volaba altísimo, y aquella Caracas fresca y gentil  le dio cobijo inmediato a los esfuerzos de mi padre, que levantaba familia en la nunca mejor bautizada “sucursal del cielo”. 
Con los años, logró comprarse su casa, con matas de mango y de cambur. Una casa rociada con los aromas del Avila y tan acogedora que aún hoy la extraño con pasión.
Recuerdo los anaranjados ocasos que cada tarde se colaban por las ventanas de la cocina.  ¡Qué privilegio de país aquel que comenzaba a dibujar las paredes y el techo de mis mañanas! 
Los sacrificios de mi padre y de mi madre se convertían tan rápido en felicidad, que resultaba imposible conservar malos momentos en el baúl de los recuerdos.
Por eso, cuando hoy me preguntan acerca de Venezuela, respiro unos segundos para separar al país político de mi patria amada, y comienzo a hablar de sus playas, de sus grandes ciudades, de su Salto Angel y sus Tepuyes…
Y hasta busco en Google referencias que confirmen que aquello que cuento, a pesar de sonar exagerado, realmente no lo es, y que por el contrario, me quedo corto.
Entonces, en algunos fragmentos de mi recorrido narrativo, la voz se me pierde unos instantes porque no sabe cómo salir ante aquel nudo de nostalgia que se me hace en la garganta.
De inmediato continúo con todo mi orgullo, y recuerdo casi con detalles aquel familiar viaje por tierra que mi viejo organizó para recorrer todo el país y conocerlo al detalle, a bordo de un Camaro RS del 69 que él amaba profundamente. En ese instante,  visitan mi mente el Pico Bolívar, los Médanos de Coro, los Llanos, la Isla de Margarita…
Y de nuevo la voz se entrecorta por la misma razón que las veces anteriores.
Sólo que ahora me quedo pensando en la distancia que me separa de aquella tierra de gracia, y una rabia incontenible se me alborota entre la impotencia y la indignación. 
¿En qué momento, ese papagayo que volaba altísimo se nos escapó de las manos tras la tormenta?
¿En qué momento lo vimos perderse tras los caprichosos empujones  de un viento descontrolado, hasta estrellarse contra las ramas espinosas de aquel árbol rojizo y enfermo?
Si mi padre hubiera vivido para verlo, igual habría muerto de tristeza, al ver cómo la tierra que lo recibió con los honores de la sinceridad y la franqueza, se terminó convirtiendo en un gran rancho inhóspito, lleno de odio y rencores trasnochados, que sólo abre sus puertas para dejar salir a todos aquellos que decidimos irnos con nuestra dignidad embalada y nuestra tristeza en los bolsillos .
Por la memoria de mi viejo, quien supo llevar con gallardía y sin complejos su título de “sudaca”, voy a seguir disparando mis letras hasta que Venezuela vuelva a ser la casa de mis mañanas y la patria de mis hijos…¡Lo juro!

2 comentarios:

  1. Berga compatriota y hermano, que bello y evocador este hermoso narrativo tuyo, realmente sabes expresar y hacer sentir tus emociones en tu fina prosa... Mis Felicitaciones sinceras querido amigo.

    Luisin

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  2. Eduardo, no te conozco te encontré en reseñado en una sección de Facebook, pero leí ésta evocación que haces de Venezuela en la que muchos nos vemos reflejados. Quisiera, si así lo consideras, hicieras una reflexión sobre el tema de la identidad. Venezuela sigue teniendo esa naturaleza de la que hablas, exuberante, pero su habitantes viven en el país, como extranjeros,(extraños)y de esos polvos estos lodos,somos todos corresponsables de esta situación.
    La Añoranzas las he tenido, pero seguramente tus padres lucharían, pues ésta fue la patria elegida. Un abrazo Nota: Busca las reflexiones de Arturo Uslar Pietri sobre la identidad y comprenderas, la razón por la que estamos así y porque a tu papá no le importaba que lo llamaran sudaca.

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