Luego de una ausencia provocada por mi propio desencanto en
relación a la política venezolana actual, mis manos no soportaron tanto reposo,
y decidieron exponerse a la opinión de quienes hoy deseen leerme.
Siento lástima.
Lástima por estos desvergonzados y sobre todo improvisados
aprendices de dictador, que por uno de esos accidentes geográficos terminaron
siendo mis compatriotas y hoy pretenden desplomar sus frustraciones y sus
complejos sobre un pueblo al que aparentemente le sobra paciencia y
resignación.
Maduro y Diosdado, Diosdado y Maduro, como protagonistas a
dedo de esta lamentable fábula a la que un grupito de idiotas decidieron llamar
“revolución”, no dejan de sorprenderme tras cada show montado con devaluadas apariencias
de discurso oficial.
Cada vez que alguno de ellos externa a viva voz que Chávez dijo que se hiciera tal o cual cosa,
algo muy parecido a la bilis invade mis vías digestivas produciéndome una
inevitable sensación de náuseas que me cuesta superar.
Sólo pensar que yo estoy entre esa audiencia a la que ellos
pretenden hacernos comer semejante cuento, me hace sentir humillado y burlado
sin la más mínima compasión... sin el más mínimo escrúpulo, más cuando todos (sin excepción) sabemos que
el dictador está muerto desde hace rato. Por una mera estrategia de perpetuidad
fantasmal, estamos ante el plan más perverso de ruptura constitucional jamás
padecido en Venezuela y en país alguno.
Definitivamente, un complot contra los últimos vestigios de
nuestra democracia y a favor del futuro más oscuro al que nos hayamos
enfrentado en nuestra historia.
Pero aún más sensación de náuseas me da esa gente, que sometida
a vivir como animales callejeros en refugios poco menos que improvisados,
manifiestan abiertamente su confianza en el llamado “proceso” y en su invisible
líder.
Para mí, este sector de la población (de por sí execrado
hasta por sus propios “defensores”) merecen el gobierno que tienen, y sobre
ellos, ningún compromiso con el mañana de nuestros hijos se puede sostener de
manera seria.
Esto me lleva a exteriorizar otra lástima muy profunda: la
que me dan la mayoría de los líderes opositores, quienes en una abierta
exposición de incapacidad política y de egoísmo del más alto nivel, se
mantienen al margen de la realidad nacional y permiten que los ofendan hasta
los límites más aberrantes.
Estos débiles (por decir lo más suave) representantes de
quienes nos oponemos al régimen chavista, dejan que la historia pase frente a
ellos exigiéndoles permanentemente la otra mejilla para continuar con una
interminable seguidilla de burlas a lo muy poco que queda de su dignidad.
¿Cómo pueden guardar una compostura tan inconveniente ante
los desmanes de una dupla gubernamental que apenas está estrenando los excesos
que el poder ilimitado le permite cometer?
¿Cómo no meten la mano en la centrífuga destructiva de este
huracán de aceleradas y sobre todo desacertadas decisiones?
¿Cómo no entienden que “dictador no sale con votos”?
Bueno, estas preguntas que me hago desde hace años son el
origen de mi ya no tan incipiente “desesperanza migratoria”, que me obliga
tantas veces a pensar en la suerte que tienen mis hijos de estar lejos de aquel
infierno de abusos y conformismos.
También siento lástima por quienes aún luchan con la
convicción de un cambio: Los estudiantes
que sobreviven como el último bastión…hoy debilitado ante la indiferencia
generalizada provocada por un desgobierno transgresor de voluntades.
Los ciudadanos que con sus agotados dejos de fe aún atienden
a los llamados contra la indetenible dictadura.
Las familias que hoy se
enfrentan por vez primera al famoso Plan B: “huir” del país, ante la clara
imposibilidad de una vida socialmente sana para sus hijos.
Y por qué no…de igual manera siento una intensa lástima por
esa intangible e inapreciable comunidad internacional, que decidió convertirse
en cómplice de lo que mañana, más temprano que tarde, se habrán de
arrepentir.
El que calla otorga, dice el pensamiento popular, y en este
caso, el silencio del mundo (con honrosas e individuales excepciones) es el
resultado de un montón de intereses que prevalecieron sobre la dignidad de
muchos gobiernos oportunistas e
indecentes.
En fin, siento lástima por el tiempo perdido, por las
batallas no peleadas, por los esfuerzos abandonados, por la rabia subestimada,
por la decencia endiosada, por la pasión con bozal, por la ilusión con
gríngolas, por los pasos dados en la dirección contraria….por Winston
Vallenilla y sus rodillas ya acostumbradas a estar en tierra.
No es sano, ni moralmente correcto, ni humanamente normal,
ni personalmente enorgullecedor, pero quiero dejar, tras estas cortas líneas de
lastimosa reflexión, que sí…que le deseo la muerte política, histórica y hasta
física más absoluta, total, lapidaria y determinante a todos estos mal nacidos y mal llamados revolucionarios
bolivarianos, quienes bajo el mando enfermizo del Dictador (con “D” de Difunto)
se siguen vengando con un ensañamiento desproporcionado del pasado verdi-blanco
que hoy, en lo personal, extraño como pocas cosas en el mundo he llegado a
extrañar.
Cuando veo la cantidad de dinero que se pierde a diario por
los caprichos intravenosos del fallecido maniático y sus secuaces…
Cuando veo la cara de resignación de todo un pueblo ante los
primeros síntomas de una devaluación que reventó la balanza de la cordura y de
la sensatez…
Cuando veo la expresión de conformidad en la mayoría de mis
compatriotas cada vez que Maduro o Diosdado, con sus recién descubiertas dotes
de médiums, verbalizan lo que su ex-amo y señor les comunica desde el más allá…
Cuando veo todo eso me pregunto: ¿En qué momento sucedió?
A mi parecer, Venezuela apenas comienza una nueva etapa en
esta debacle bolivariana… Una etapa de radicalización y empoderamiento extremo
del país para terminar de convertirlo en una gran finca abandonada, con lejanos
síntomas de un lujo que se comienza a olvidar, entre las ruinas de una
democracia ejemplar y los escombros de una libertad que no logró mantenerse en
pie.