La dama del poncho rojo
se fue con su música a otra parte,
a otro bar
con menos luz y más bolero…
a otro concierto de aplausos
infinitos.
Hoy,
los sueños del bulevar
están más rotos que nunca,
y el silencio guarda un minuto de poesía
mientras mis rones
se despiden de La Llorona
por entre los
humos de un recuerdo
que decidió
mudarse
a la noche más profunda,
donde los delirios
se divorcian sin pudor de la grandeza
y la melancolía
se convierte en música
y en letra.
La dama del poncho rojo…
la mujer de sus mujeres…
la musa del alcohol siempre oportuno…
la rabia de un exilio obligado…
la pasión por una puerta
y unos brazos abiertos a la mejicana.
Se retiró
sin mucho ruido,
con la pausa de la paciencia
y la vida bien vivida.
Entre la decadencia de un Sabina empedernido
y la fertilidad
de un papel en blanco
a punto
siempre
de convertirse en canción.
Se fue
la dama del
pelo corto
y los pantalones
bien puestos…
la voz de los
desvelos
y del alma
callejera…
el desencuentro
eterno
entre la lógica
y la pasión por
los sueños.
Un
adiós se queda corto
pero
por ahora,
más
allá de mi admiración
y
mis respetos a largo plazo,
Chavela,
no tengo
otra cosa que decirte.
Mi próximo despecho
Irá en tu nombre.
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